LA DIFICULTAD DEL PODEMISTA Y SU POSIBLE SOLUCIÓN.*
Una
semana después de las elecciones es probable que quede ya poco que aportar al
esclarecimiento del gran interrogante: ‘¿por qué se marcharon a la abstención
los votantes que todas las encuestas asignaban a Unidos Podemos?’. Y es posible
también que en pocas ocasiones como ésta no quepa encontrar una sola respuesta
satisfactoria, entre otras cosas porque la pregunta solo puede responderse
acudiendo a una pluralidad de factores, diferentes y hasta opuestos entre sí.
Todas
estas variables deben manejarse con dos cautelas previas, que contribuyen a
situar la problemática en sus justos términos. En primer lugar, el millón largo
de votos perdido por la suma de Podemos, Izquierda Unida y las confluencias ha
ido a parar casi por entero a la abstención, y no al PSOE, al que no le ha sido
posible, ni en estas circunstancias, recobrar el papel que reclama de “partido
hegemónico de la izquierda”. En segundo lugar, la campaña del miedo y de
hostigamiento contra Podemos, que ha alcanzado –como ha afirmado en estas páginas
Santiago Alba– el peligroso estatus de fomento del odio contra un sector del
país, más que empujar a supuestos votantes de Podemos a la abstención, ha
logrado concentrar el voto conservador en el Partido Popular, alimentado no
solo con el descenso de Ciudadanos (375.000 votos aprox.), sino también con la
debacle de UPyD (100.000 votos menos) e incluso con las pérdidas de PSOE (otros
100.000) y de Vox (11.000).
¿Quiénes
prefirieron la abstención?
Atendidas
estas prevenciones, el ‘podemólogo’ se encuentra ante una maraña de variables
que impiden lanzar un diagnóstico unilateral y prescribir un tratamiento
monocolor. Buena parte de los votos migrados a la abstención proceden, sin
lugar a dudas, de exvotantes de Izquierda Unida, tanto de su sector comunista
más ortodoxo como de su sector socialdemócrata más tibio, que han coincidido en
su desprecio permanente a Podemos y en su rechazo al liderazgo de Alberto
Garzón. Otra parte de esos votos desplazados al sector abstencionista,
probablemente menor, puede proceder de los fundamentalistas de la
transversalidad, que veían en la alianza con Izquierda Unida una traición a una
seña de identidad de la formación morada. Sin coalición electoral, no se
habrían perdido los primeros, pero tampoco se habrían ganado los centenares de
miles de votos aportados por IU, rápidamente traducibles en escaños; tampoco se
habrían perdido los votos transversales, rebasados, sin embargo, con amplitud
por los transfundidos por la formación izquierdista. Conclusión: sin coalición
y por separado el resultado habría sido peor, con una IU compacta en votos pero
nula en escaños, y con un Podemos con sus transversales bien insertos pero
sufriendo los desgastes que paso a indicar.
Otra
de las vías de escape hacia la abstención procede de la propia erosión
experimentada por Podemos desde que se convirtió en fuerza parlamentaria. Es un
desgaste muy concentrado en la figura de su líder, que ha dado sobradas y
reiteradas muestras, tanto por sus oscilaciones ciclotímicas como por la
impostura de su moderación, de tener una estatura política bastante menor de la
pretendida. Abundan, en efecto, quienes no tragaban ya a Pablo Iglesias, y es
algo que puede ir a peor, tanto por deméritos propios como por campañas
prefabricadas de desprestigio. También figuran quienes empezaron a ver en el
partido morado una formación efectista, huera de contenidos políticos
efectivos, vulgarmente tacticista y hasta políticamente obstruccionista. Actos
desafortunados, como la famosa rueda de prensa presentando el futuro gobierno
de coalición, en combinación con numerosas anécdotas y gestos parlamentarios de
pretensiones mitificadoras pero popularmente ridículas, contribuyeron a labrar
esta imagen y a sembrar los primeros conatos de desafección.
Otra
de las líneas de fuga ha procedido de su cambiante actitud hacia el PSOE. Su
oposición hostil al partido con el que supuestamente deseaba cogobernar, siendo
comprensible política y emocionalmente, no ha ayudado nada en el terreno
electoral. A muchos exvotantes socialistas que habían confiado en Podemos, y
que en los noventa se encontraban constituidos políticamente por los parámetros
de PRISA, se les ha hecho intragable el regreso en volandas de Julio Anguita,
su bête noire. Colocar parte de la campaña, en su dimensión icónica y discursiva,
en aquella década demoledora, no ha podido resultar más contraproducente para
una fuerza que se presume de futuro. Sin embargo, esta vía de desagüe es de
doble dirección, y han figurado también, en proporción menor, los que,
incorporados desde la abstención el 20D para apoyar a una fuerza de ruptura, no
han soportado ahora contemplar a sus líderes en un constante flirteo con la
socialdemocracia, a la que consideran la formación traidora por antonomasia, y
han regresado a su lugar natural de la abstención.
Incluso
tampoco cabe despreciar a los desmovilizados por el viento a favor de las
encuestas, que dando por seguro el sorpasso y el triunfo de la izquierda
prefirieron vacacionar el fin de semana del 26.
Lo
peculiar de todas estas variables es que no pueden enfrentarse de manera
unívoca. Acudir a sellar una de las vías de desagüe obliga a desatender las
otras. Intentar contentar a votantes espiritualmente socialistas lleva a perder
a los desencantados y hasta asqueados con el PSOE. Satisfacer los requerimientos
de los transversales enajena miles de votos de izquierda en nombre de un
horizonte incierto de crecimiento. Y renunciar al liderazgo de Pablo Iglesias
podría hacer perder muchos más votos de los recuperados por la imagen
proyectada de división interna y debilidad.
Tampoco
cabe ya intentar con nostalgia devolver la situación al momento en que todo se
torció. Tal cosa ocurrió cuando Podemos renunció a ser un “instrumento al
servicio de la ciudadanía” para reapropiarse de las instituciones, desalojando
de ellas a la élite extractiva que las tiene secuestradas. Esta condición
exigía unos requisitos participativos destinados a presentar en candidaturas
unitarias a ciudadanos independientes, con trayectoria cívica y profesional
intachable, de ejemplaridad ética incontestable, que permitieran quebrar la
alternancia elitista del bipartidismo. Frente a ello, se prefirió optar por
convertir el grupo fundador del partido en grupo parlamentario, y a la dinámica
funesta de las listas plancha vino a unirse, con la suma de Izquierda Unida,
toda la mala praxis de las primarias de Unidad Popular, que arrojaron asimismo
como conclusión una clamorosa ausencia de liderazgos provinciales solventes.
Comunicación,
intereses y técnica
Colocado
ante semejante disyuntiva y sin poderse remediar ya los extravíos originarios,
solo cabe optar por dar un paso adelante que trascienda estos dilemas y supere
los corsés que ellos imponen. A raíz de un brillante artículo de Íñigo Errejón
publicado en esta revista se produjo un intenso debate en el bloque político
del cambio polarizado en torno a dos posiciones: una sostiene que la
subjetividad política es consecuencia, ante todo, de las representaciones
culturales; la otra, en cambio, asegura que es cosa de los intereses materiales.
Como es usual en el razonamiento disgregador, nada sintético, de la izquierda
actual, ambas posiciones se presentan como irreconciliables, cuando nada impide
combinarlas en proporción variable, atendidas las circunstancias y siempre a la
busca de la estrategia y la decisión más eficiente.
Pues
bien, en dicho debate, que en el fondo gira sobre el modo de hacer más eficaz
la acción política de las fuerzas del cambio, se olvidó una tercera dimensión:
la técnica. Para atraer apoyos y adhesiones no solo debe procurarse arraigar en
los intereses materiales de los sujetos; tampoco basta con saber generar, a
través de la comunicación, una narrativa hegemónica y una atmósfera cultural
propicia; hay asimismo que contar con un proyecto racional, esto es,
técnicamente viable, para lograr los fines apetecidos, y, sobre todo, deben
identificarse con claridad esos fines y trazar la trayectoria jurídica,
administrativa y económica adecuada para alcanzarlos.
Para
satisfacer este último aspecto los partidos necesitan cuadros, que es
justamente lo que escasea en Unidos Podemos (y lo que abunda, por la vía de la
externalización que ahora indicaré, en el PP y en el PSOE). De hecho, la gran
tragedia de los partidos contemporáneos como dispositivos de representación
política es que sus equipos de cuadros se han esfumado. El saber acumulado en
la sociedad ya no tiene en el partido un espacio de cristalización proyectiva.
En la política actual, los cuadros técnicos, y, por consiguiente, los proyectos
de transformación legislativa, los proporcionan las corporaciones, que siempre
tienen por esta vía hilo directo con los consejos de ministros y el poder de
condicionar la legislación parlamentaria. Así, estudios como el de Lee Drutman
(The Business of America is Lobbying: How Corporations Became Politicized and
Politics Became more Corporate) muestran cómo, en la política norteamericana,
son los lobistas de las grandes empresas los que surten de información a los
congresistas y preparan los proyectos normativos que las cámaras terminan ratificando.
Y en España las cosas van por idéntico camino.
Parece
indiscutible la importancia de esos cuadros encargados de proponer fórmulas
viables y de dar forma técnica al sueño del cambio. Sin ellos, las promesas
publicitarias de un nuevo país, o la imprescindible recuperación de la
movilización social, se quedan cojas. Su mediación se torna además
indispensable cuando se trata de proponer una política detallada, consecuente y
posible sobre los aspectos fundamentales del cambio: la cuestión laboral, territorial,
económica, penal, universitaria, judicial, educativa, sanitaria o de las
pensiones. Para ello no bastan las buenas intenciones, ni los eslóganes
atractivos, ni tampoco la reorganización de clase; se requiere también un
conocimiento solvente de la maraña legislativa nacional y europea, de las
experiencias comparadas, de los límites y de las opciones disponibles para
practicar el cambio. Se trataría, en suma, de construir esa “utopía reflexiva”
y “consciente” que Pierre Bourdieu asignaba como tarea primordial al
intelectual crítico en oposición al “activismo por el activismo”.
La
importancia de los cuadros para Unidos Podemos contrasta, sin embargo, con su
manifiesto desprecio hacia ellos. El único conato de organización de un
laboratorio de expertos al servicio del partido fue, según mis noticias,
descabezado de mala manera por un conocido gerifalte, después caído en
desgracia. También hubo algún modesto intento similar alrededor de Alberto
Garzón, bloqueado desde un comienzo por infundados temores de aparato ante el
intrusismo. Pero los cuadros de la izquierda rara vez buscan aposento
financiado; les mueve la convicción ética. Se hallan enclavados en buena
proporción en el medio universitario. No se aguardan, se reclutan. El capital
humano movilizado en las nuevas formaciones para vender mejor su producto en
las redes podría también destinarse, siquiera en parte, a la búsqueda de los
juristas, sociólogos, economistas, pedagogos y politólogos críticos que, con
los pies en la tierra y signados por una fuerte especialización, preparen un
proyecto de transformación progresista que vaya más allá de los eslóganes de un
catálogo de Ikea.
Explorar
y desarrollar esta opción, sin desatender por ello las exigencias de la
comunicación y la movilización, permitiría moverse en el escenario creado en la
actualidad de muy diferente forma. Los dilemas no serían ya si pisar más o
menos callos en el PSOE, si parecer más o menos de izquierda, si apostar por
mayor o menor transversalidad. Las urgencias marcadas por el diseño de
propuestas creíbles de gobernación servirían para trascender estas disyuntivas
de difícil salida, a la par que desactivarían parcialmente los rechazos al
efectismo vacuo y las campañas del miedo irracional. Cultivando esa vía la
dirigencia de Unidos Podemos prepararía una oposición sólida y se haría
justicia a sí misma, mostrando que concentra mayor intensidad de mérito y
capacidad que cualquier otra de las formaciones progresistas. Y, sobre todo,
evitaría el riesgo fatal de caer en la ensoñación de que nos encontramos ante
un “proceso histórico irreversible”, que está fatalmente destinado a desembocar
en una victoria de la nueva generación política y en un cambio de raíz en
nuestra cultura cívica.
Esta
creencia determinista en los procesos sociales ineluctables, muy propia de la
izquierda, ha sido gran fuente de desmovilización y desencanto, y resulta un
tanto inadecuada si es formulada en términos tan partidarios y domésticos,
cuando el verdadero e imparable proceso de transformación histórica abierto es el
del desbocamiento del capitalismo global. Y para enfrentarlo, alzando
contrapoderes políticos e institucionales, no basta con la “retórica”, aquel
arma apta para dar “victorias estrepitosas” y afortunadas solo en el “aspecto
electoralista de la acción política”; en tiempos de tregua electoral se
requiere además, y ante todo, movilización, y también aquella “preordenación
técnica minuciosa y orgánica” de la que hablase Gramsci en su apunte La
retorica e lo spirito di lotta.
* Sebas Martín. Profesor de historia del derecho en la Universidad de Sevilla y miembro del Grupo Ruptura
Este artículo se publicó inicialmente el 4 de julio de 2016 en http://ctxt.es/es/20160629/Firmas/6999/Podemos-26J-confluencia-elecciones-Izquierda-Unida.htm
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LA DIFICULTAD DEL PODEMISTA Y SU POSIBLE SOLUCIÓN.*
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Profesor Martín, mis felicitaciones y reconocimiento por su aquilatada reflexión. Creo que no sólo es completo sino detallado. Me identifico con todo el texto.
ResponderEliminarCreo que merece especialmente resaltar el tema de la calidad técnica de los cuadros de los diferentes partidos y del poder de lobby y de autolobby actual alrededor de ministros, ministerios, y de las Cortes. Algo que va mucho más allá de las puertas giratorias.
(Piénsese por ejemplo en el lobby eléctrico que cuenta con el mejor aparato de abogados y otros especialistas pagados por los consumidores para establecer normas-ley del sector, recortes de Sebastián, impuesto al sol de Nadal-en beneficio de los accionistas, perjuicio a los consumidores y agresión al medio ambiente y por tanto a la sociedad)
Y en la actualidad los recortes especialmente dirigidos a rebajar el potencial de las instituciones públicas, han reducido la capacidad de análisis, crítica y elaboración de alternativas con graves perjuicios para los consumidores y ciudadanos.
Una necesidad crucial y urgente (junto a tantas otras que permitan regenerar la calidad del espacio público) es dotar a ministerios y Cortes de técnicos competentes y muy profesionales capaces de resistir grandes presiones.
Y el mismo problema se presenta respecto al menos los cuatro grandes partidos. Pero con grandes diferencias. El que tiene más y mejores recursos y relaciones con los los principales funcionarios públicos es el PP. Con muchos menos recursos y mucho menor acceso a funcionarios y a información pública está el PSOE que desde el exterior parece poco capaz de elaborar alternativas legislativas y afrontar modificaciones sustantivas de los mayores textos legales.
Respecto a los otros dos/tres partidos de ámbito nacional, IU tiene muchas más carencias aún que el PSOE y los otros dos está por verse su capacidad y potencial, pero no existen indicios de que vayan a introducir perspectivas más ricas y abundantes.
Esta situación explica en gran medida que habiendo gobernado menos años, el PP controla muchos más recursos del poder y en general de las instituciones públicas que el PSOE.
Ver las carencias actuales y las necesidades urgentes e imprescindibles necesarias para hacer de España un estado moderno y capaz de ofrecer opciones de bienestar a sus ciudadanos en un sistema económico estable, desespera profundamente ver como deriva Ciudadanos, se enroca Podemos y el PSOE carece de una proyección de sus propuestas y su relato de la situación.
Esta carencia de liderazgo y perspectiva de cada posicionamiento puede hundir la política de España y dejarla simplemente a merced del PP y de sus estrategas (que son buenos por cierto )